27 de junio de 2017

Fango

Rendirse.
Definitivamente.
Total y ridiculamente, rendirse.
Exhalarse a uno mismo.
Todo de una vez.
No resistir más la caída, al fango,
a esta arena movediza, negra, espesa, humeda.
Ahí al fondo mismo dejarse hundir.
Sin fuerzas.
Sin fuerza.
Cerrar los ojos y la piel.
Hundirse.
Fundirse.
Y ahí mismo poder respirar.
Como en un sueño anfibio, donde por la nariz respirar el agua.
Como en un sueño anfibio, donde salen branquias.
Como en un sueño anfibio, vivir en la profundidad un rato.
Como en un sueño anfibio, de noche salir a la superficie.
Empapado y lleno de algas, y de vida embarrada.

23 de abril de 2017


A VOS

Te sueño hace mucho.
Despierta.
Te sueño.

Te sé de memoria
Te estoy buscando en muchos, hace mucho.
Pensaba que te encontraba cada vez,
pero en cada uno encontré un poco,
no eras vos, entero.
Me sé tu cara, tu olor, tu pelo, tus canciones,
tus poesías, tus llantos, tu humor, tu risa.
Toda tu sensibilidad, tu profundidad,
tu arte, tu bondad, tu creatividad para vivir.
Me sé todo.
Cómo te gusta tanto más el vino que otra cosa,
comer y cocinar,
y los mates a la mañana, y todo el tiempo, todo el día,
cebarlos y tomarlos, 
abrazar fuerte a todos,
querer mucho a tus amigos y mirarlos fijo a los ojos con amor,
el mismo amor con que mirás el mundo entero,
a cada pequeña y gran cosa que el mundo tiene.
Como tus ojos siguen siendo niños, en sorpresa permanente.
Como das el amor en lo cotidiano de los gestos pequeños, que construyen todo.
Absolutamente todo.
Porque van hilvanandose los días en esos pequeños gestos de amor.
Son la trama que los va desenmadejando.
Y así, de la mano, acariciando cada parte, caminamos.
Mirando el camino que vamos haciendo en el hacer.
Puro presente.
No te necesito, pero qué hermoso es compartir con vos, cada tramo.
No te conozco aún por fuera de esta certeza que vive en mí.
Y un día vas a leer estas líneas, y te vas a reír, y después vas a llorar y me vas a abrazar.
Y vamos a mirar los arboles,cebarnos un mate y abrir un vino.
Y nos vamos a abrazar tan fuerte que ni el miedo va a tener espacio.




MARINA

"Vas a tener que llorar mucho, mucho", me dijo la amiga en medio de la fiesta, tomando vino, fumando... y con la mirada de sabios de los que ya estuvieron ahí, donde está uno ahora.
Tomé aire para decir algo, que dejé inconcluso y suspendido... y lancé una carcajada y un grito: "¿¡Todavía más?!"
Cuánto más.
Cuántas lágrimas entran en un duelo.

Llorar y llorar y pensar que te vacías, pero no.
La angustia sube desde el centro del cuerpo, el llanto crece.
Y ahí están de nuevo.
Agua salada que brota y brota y moja la cara, toda la cara.
Congoja y agua salada.
Dolor, grito, dolor... derrumbarse en un colchón y que no se escuche tan fuerte el llanto por los vecinos, ahogado en la almohada, para que salga de la entraña, del estómago, de las vísceras, que se extirpe.
Eso.
Que se extirpe.
El llanto, como una forma de arrancarlo.
Pero siempre hay más, al día siguiente hay más.
Será que de verdad habrá que llorar mucho.
Mucho más todavía de lo que imaginás.
Será que el agua salada, sana.
Como lo hace el mar.
Será mi pequeño mar.
"Marina. La que viene del mar. La que se parece al mar.", me respondía mi papá cuando, también llorando, le preguntaba por qué me habían nombrado tan raro.






VIVAS NOS QUEREMOS

Hoy fue uno de esos días que me desperté y pensé "no voy a poder". Con todo. Con el día. Con los días. Miedo. Incertidumbre.
Sin embargo, no cancelé nada... me reuní con mis compañeros de Ceta a cranear el concert de noviembre, me mimaron con comida y hasta ligué un anti estres de just de manos de Caro Allende.
Me fui a la marcha, sin paraguas, con la certeza que la lluvia no era para tanto. Tren, subte, y muchos pensamientos en el viaje.
Dialogué conmigo misma muchas cosas... Poner el cuerpo es la que va. Es la que siempre valió. Ir. Estar. Luchar el día a día para desnaturalizar el patriarcado tan instalado hasta en lo más mínimo y en la naturaleza, ella, la pacha mama tan pisoteada, tan violada. Dejar de lado las discusiones banales divisorias al pedo, no son importantes, las virtuales, las que buscan minimizar un grito que ya es imposible callar, salir a defender y a pedir lo que falta. Muchas mujeres muertas, muchas. Pensé en mis amigas que son madres también, especialmente en ellas, algunas, no todas por suerte, muchas veces no tienen los mismos derechos que sus parejas, hombres, ni para salir con sus amigas ni para salir a tomarse a una birra, ni para su propio ocio. Hacen malabares entre su trabajo y sus sueños y sus hijos. Me vi siendo madre y ¿me pasará lo mismo?. Pensé en cómo quiero ser amada y acompañada, de qué forma específica, nunca menos, y caminar juntos a la par. Pensé en mí misma, mirar adentro, reconocer y aceptar y erradicar las propias violencias, las propias actitudes machistas tan automatizadas, los propios ninguneos y falsos modelos de amor, dejarse opacar el propio brillo, y todas esas cosas. Soportar abusos, callarlos, cargar con ellos, y recuerdos horribles. Sacrificar tu cuerpo y tu alegría. Sentir un pedacito de vos muerto dentro, que de a poco tiene estertores de vida y luz. Temer por tu cuerpo a la noche en minifalda y medias negras. Entregar un celular a uno que te apunta para robarte pensando por favor que no me haga nada sintiendo el miedo en la concha, no el miedo a que te mate. Por eso gritamos ni una menos.
Bajé del subte en el obelisco y me inundó el agua que venía del cielo y el agua de los ojos. No sé. Lloré. Por muchas cosas. Y de emoción de no sentir soledad. Eramos miles. Caminé junto a miles, sin encontrarme con ningunx de mis amigxs que sabía que estaban. Caminé y me dejé mojar. Y mi mente se acalló bastante.
De la plaza me fui a otro ensayo donde me recibieron tres de mis compas, varones, que también venían de ahí, y mientras nos secábamos y me prestaban ropa seca, charlamos de todo esto.
Ensayamos. Y después me volví a poner mi ropa un poco húmeda y viajé en el bondi a casa estudiando texto.
Y pensé, capaz, así, podés con los días. Poniendo el cuerpo y dejandote mojar, total después te secás. Y un día no habrá que ponerse a explicar por qué ni una menos.
Vivas nos queremos.


OCTUBRE 2016

8 de junio de 2015

Ni uno más

Ni un golpe más. 

Si te educaron a los golpes, tu cuerpo fue violentado.
Aunque te digan que eran otras épocas...
Tu cuerpo fue violentado.
Y un cuerpo violentado, guardará en sus entrañas el dolor
Guardará esas marcas a través de los años
La violencia será su manera de entender el mundo
Saldrá al mundo con miedo, verá a los demás desde el miedo
O al revés
Atacará. Y atacará. Y atacar será su manera de vengar.
Un cuerpo violentado es un cuerpo que busca venganza.
Porque el cuerpo de un niño, siempre está expectante de afecto, no de golpes.
Viene el golpe, no comprende. Queda atónito. Y después se acostumbra.
El cuerpo se violenta a los golpes, cinturonazos, cachetazos, retorcer un brazo, una mano, tirar de los pelos, de la ropa, empujones, un simple golpe con un dedo en la frente... 
Y el alma violentada cargará con más sed de venganza. 
Por haber sido recortada como un bonsai.
Por no haber sido oída en sus deseos más genuinos.
El alma se violenta con denigraciones, falta de confianza, palabras de desaliento, haciéndola callar, pisoteando el optimismo, aplastando la espontaneidad, haciéndola dependiente, impidiendo la libertad, ultrajando la autoestima...

Ni un golpe más

De padres a hijos
De hijos a padres
De mujer a hombre
De hombre a mujer
De maestro a alumno
De alumnos a maestros
Entre hermanos y hermanas
Entre amigos y amigas
En el barrio
En la calle
En la escuela
En un bar
En un boliche
En el tren
En el bondi

Ni un golpe más al cuerpo
Ni un golpe más al alma

Las marcas quedan
El resto depende de lo que se hace con las heridas... 






7 de mayo de 2015

Anís

Querido,
Voy a tratar de acordarme lo más que pueda, aunque se me mezcla un poco todo, y las cosas no parecen estar tan claras. 
De aquella época lo más que me acuerdo era cómo nos divertíamos, a pesar de todo nos reíamos mucho.  Es raro contar lo que hacíamos en aquel lugar, ponerlo en palabras, pero lo voy a intentar y espero que te sirva.
Nos habíamos quedados solas en La Casona. De repente no había nadie, y la luz estaba apagada por todos los cuartos. Esa vez, en lugar de tener miedo, las tres habíamos empezado a reírnos, casi al mismo tiempo. Y a correr por toda la casa, juntando cosas. Así había sucedido la primera vez, y así nos gustaba que empiece siempre las otras veces. Entonces empezábamos.
Las tres entrábamos corriendo a la sala, torpes y a carcajadas, cargadas de ropa, de muebles, de objetos, cuidando que la botella de anís y la copita no se rompieran. Eso lo apoyábamos con cuidado en una mesita. Lo demás lo tirábamos al piso, todo revuelto.  Todo lo que podíamos cargar lo entrábamos.  Creo que éramos primas, hermanas, algo así.  Porque nos mirábamos y nos reíamos, y nos empujábamos y escupíamos a ver quien llegaba más lejos, como los varones, ensuciando el piso. Entre risas alguna decía una frase, imitando a una Mamá o una Abuela, y entonces las tres nos reíamos más fuerte.  Una de nosotras, casi siempre La Rubia, se ponía un vestido blanco con bordados de colores, y empezaba a hacer de Madre Borracha. El vestido era largo hasta los tobillos. Salía de la habitación, entre las cosas revueltas, y volvía a entrar, toda encorvada, y desde la puerta nos preguntaba a mí y a La Chiquita, si estábamos dormidas, y se reía… y ahí era cuando nos empezábamos a acordar y nos hacíamos las dormidas como aquella vez, en que de verdad La Madre había entrado borracha de noche a nuestra habitación.  La Rubia se tiraba en nuestra cama y las tres nos reíamos sin parar.  Un poco nos reíamos en serio, y otro poco nos reíamos como había pasado esa noche. Y llegaba el momento del alfajor: lo sacudía, y como estaba roto, en el silencio de la habitación, hacía ruidito a maraca… “tiene sorpresita” decía, sin parar de reírse. Nos daba gracia en serio “tiene sorpresita”… Las risas se confundían, y los rostros también. A mí, La Alta, nunca me salía bien esa parte, la de la madre borracha.  Quería hacerlo bien, pero la verdad es que La Rubia se lo acordaba mejor. Cuando nos poníamos el tapado negro éramos La Abuela, La Mamá o muchas Mamás. Nos íbamos turnando, pero no podíamos dejar de hacerlo, no me preguntes por qué.  Todas queríamos hacer todo, y todas nos acordábamos de todo.  Las tres conocíamos en detalle cada una de las historias, una empezaba y las demás ya sabían a qué jugaba la otra, y la acompañaban. Por eso estoy casi segura que éramos hermanas, aunque no nos parecíamos mucho, así que no sé.  Siempre en un momento, La Rubia empezaba a tocar una guitarra chiquita y era el momento de cantar.  La Chiquita se iba a la pieza de atrás y tocaba el piano.  ¡Tan bien tocaba el piano! Se escuchaba el sonido llegando a la sala, y su voz cantando alguna canción.  Toda la música retumbaba en las paredes, se sentía bien, como en una película. O eso me imaginaba yo. Cuando La Chiquita volvía a la habitación, después de tocar el piano,  le gustaba hacer La Maestra, y La Rubia la alzaba para que pareciera más alta.  De verdad que era impresionante verla desde abajo, preguntándome “¿qué ingredientes lleva una torta? Si no trajiste la tarea porque hiciste una torta para tu mamá debés saber qué ingredientes lleva una torta” (yo hacía de Fernandito, de varón, de alumno) Ella abría mucho los ojos, y se hacía enorme.  Y una se quedaba muda, como le debe haber pasado a Fernandito con esa maestra.
A veces hacíamos todo completo. Otras veces las cosas se mezclaban, y nos faltaban partes.  Tratábamos de hacer todo, pero todo estaba un poco roto.
Hacer del Abuelo que se iba a vivir a otro país, a mí me ponía triste, porque La Rubia me miraba con cara que parecía  que tenía seis años de verdad, y que en serio no nos íbamos a ver nunca más; pero siempre cuando estábamos a punto de llorar o de ponernos muy tristes, La Chiquita hacía algo gracioso, sin darse cuenta, y entonces empezábamos con otra cosa, como leer el libro de las enfermedades infantiles, el libro de cuentos, o alguna carta que nos habían mandado hace mucho.
No me acuerdo si éramos hermanas, o primas o algo así; pero los recuerdos salían a borbotones y el tiempo se detenía, parecía dejar de existir.  Todo ese tiempo.
Siempre nos quedábamos dormidas, cansadas y un poco borrachas de tanto mojar el dedo en la copita de anís (eso lo hacíamos para tener cultura alcohólica por si un día salíamos a la calle y alguien nos quería emborrachar de verdad).
Igual siempre alguna volvía a empezar.  En el silencio se escuchaba el grito de “sciamo arrivati” y esa era la señal, entonces sacábamos toda la ropa y todas las cosas afuera, para volverlas a entrar, y así…
Voy a tratar de acordarme más, aunque creo que así está muy bien.





Un amigo ha muerto

La muerte, un estallido de silencio.
Un estallido silencioso.
La suspensión del tiempo.
Alguien nombra a otro alguien muerto y todo se detiene en ese instante.
La respiración, la vista, el habla, todo... se detiene un instante en ese instante.
Y se escucha el silencio,
como un silbido agudo y lejano.
Entre niebla y frío.
Ensordecedor y quieto.