23 de marzo de 2011

Eloísa II

Ella te mira atenta mientras vos hablás sin parar. Te mira los labios, los ojos. Asiente. Cada tanto deja dibujar una sonrisa pequeña. Vos creés que está escuchando cada una de tus palabras, comprendiendo cada uno de tus pensamientos. Pero ella sólo te está viendo. Posa sus ojos en ese blanco que es tu cara, y su mente está lejos... otras cosas pasan por su cabeza al mismo tiempo que las tuyas entran por sus oídos como una radio encendida a lo lejos...
Ella está esperando que termines de hablar, te levantes y te vayas. Vos la ves mirarte, revolver el café, tomar el café, apoyar la taza de café. Seguís destejiendo esa madeja de palabras frente a ella. Cada diez o doce frases sentís que te gusta que ella te escuche, tener alguien que te escuche en silencio y que cada tanto te sonría. Y que no deje de mirarte. Pero ella sólo te está viendo. Sus propios pensamientos están más presentes que tu voz grave y constante.
Ella preferiría estar en tantos otros lugares. En cuanto termine el café, y termines de hablar no la vas a volver a ver nunca más. Como si se hubiera evaporado. No te va a escribir una carta. No te va a avisar. La vas a saludar hasta luego por última vez, sin saber que es la última.
Ella está ahí frente a vos, y ése es el recuerdo que vas a guardar, y que se va a ir borroneando, como hacen los recuerdos con el tiempo.
Ella está ahí frente a vos, y después no va a estar más. Vos no sabés. Vos seguís hablando.



Hoy

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